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El Imperio romano

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Como nuestro innominado centurión, vais a ser reclutados en la legión y luchareis contra dacios y partos, contra alanos y mauri; la paz sólo llegará cuando acabéis de leer el número.

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Quise someter a dacios masacrados. Los sometí./Quise sentarme en un asiento de paz. Me senté./Quise tomar parte en triunfos famosos. Lo hice./Quise todas las recompensas de un centurión. Las he tenido./Quise ver ninfas desnudas. Las vi. (AE, 1928, 27) Así reza el epitafio de un anónimo centurión de la época de Trajano encontrado en el norte de África, y todo lo que orgulloso proclama tenéis la oportunidad de encontrarlo en las páginas que siguen salvo las ninfas desnudas, que dejamos para otras publicaciones. El Imperio romano llegó al culmen de su poder y de su extensión territorial durante la égida de la dinastía Ulpia-Aelia, esos cinco emperadores buenos de que hablara Maquiavelo Nerva, Trajano, Adriano, Antonino Pio y Marco Aurelio y que para Gibbon habían protagonizado la época más feliz de la historia de la humanidad. Una afirmación que seguramente cuestionarían las mujeres y niños dacios esclavizados o los judíos masacrados durante la revuelta de Bar Kokhba, pero ya sabemos que, por desgracia, la Historia es una musa tintada de sangre. Ese Imperio se sostenía merced a una de las más poderosas máquinas militares que el mundo ha conocido, el ejército romano, cuyo elemento fundamental eran, por supuesto, sus legiones. Analizaremos el papel de éstas, y también a los hombres pues hombres eran a la postre que las componían, los legionarios, con sus capacidades físicas y con su sostén ideológico y espiritual. No hay que olvidar tampoco a los auxiliares, que representan, además, la capacidad romana para integrar al enemigo, tal y como esos caballeros sármatas que primero enfrentaron para luego reclutar. El limes, la frontera, ese límite entre el espacio civilizado y el barbaricum, será ampliado por Trajano con sus guerras en Dacia y en Mesopotamia y defendido en campañas como la de Arriano contra los alanos, ante las incursiones de los pueblos de la periferia como los mauri, que llegaron a cruzar las Columnas de Hércules para saquear la feraz Bética. Como nuestro innominado centurión, vais a ser reclutados en la legión y luchareis contra dacios y partos, contra alanos y mauri; la paz sólo llegará cuando acabéis de leer el número. ¡Esperemos que os dure menos que los veinte años que tardaba un legionario en licenciarse!

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