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En el verano de 1937 las posiciones en el frente de Aragón llevaban varios meses sin cambios significativos. Establecido a raíz de la sublevación en Zaragoza y otras ciudades de importancia, y contrarrestado por las columnas milicianas, provenientes fundamentalmente de Cataluña, este teatro de operaciones tenía una idiosincrasia propia. Aragón era una sucesión de posiciones bien defendidas separadas por amplios espacios vacíos aptos para llevar a cabo grandes maniobras de infiltración. Esa fue precisamente la opción del Gobierno republicano que, presionado por los éxitos franquistas en la cornisa cantábrica y necesitado de una diversión que obligara al enemigo a detener su avance en el norte, el 24 de agosto de 1937 desencadenó una ofensiva hacia Zaragoza que no logró los objetivos propuestos. La gran operación se trasformó entonces en la batalla de Belchite, un brutal enfrentamiento casa por casa por la posesión de la localidad, cuya repercusión fue escasa para el transcurso de la guerra, pero enormemente determinante para memoria histórica del conflicto.