Deserta Ferro - Antigua y Medieval

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La Guerra de los Cien Años (I)

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Hay ciertos momentos en la historia en los que una sociedad parece alcanzar su límite y se ve forzada a la mudanza o al declive

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La primera mitad del siglo XIV, con su dramático colofón a mediados de la centuria en la forma del apocalíptico y catastrófico azote de la peste negra, es uno de esos periodos. La población del Occidente cristiano no había dejado de crecer desde el s. XI, alcanzando límites difícilmente asumibles por la tecnología agrícola del periodo. Los campesinos comenzaron a roturar terrenos marginales, cuyo rendimiento era muy pobre. Mucha gente y pocas tierras. Pues bien, en este delicado momento la coyuntura climática cambió: el denominado óptimo medieval (periodo de temperaturas elevadas iniciado en el s. XI) cesó, cayendo las temperaturas en todo el planeta y provocando años de malas cosechas. La Gran Hambruna de los años 1315-1317 marcó el inicio de la crisis. Las convulsiones sociales y la violencia se adueñaron de Occidente, las guerras se multiplicaron y recrudecieron. En paralelo, el modelo político feudal mostraba signos alarmantes de resquebrajamiento. Las nuevas circunstancias forzaban a la reforma de los sistemas políticos y militares. Un nuevo modelo de ejército surgió en este momento, en el que las tropas acudían no por obligación feudal sino bajo contrato, a modo de soldados profesionales. Los vasallos se desentendían cada vez más de sus señores, y esta fue precisamente la chispa que prendió la Guerra de los Cien Años, cuando el rey de Inglaterra, Eduardo III, decidió enfrentarse a su señor feudal natural, el rey de Francia Felipe VI, a quien en circunstancias normales debía homenaje en tanto Eduardo era señor de Aquitania, y Felipe soberano de aquel territorio. La prolongadísima guerra que siguió a este episodio, jalonada por grandes pausas, marcó el devenir de Occidente como ninguna otra guerra lo había hecho antes. A la primera década del conflicto (1337-1348) dedicamos las páginas del número que aquí comienza.